domingo, enero 29, 2012

Discos de modernos: Lo mejor del año… ¡2004!

¡Ah! ¿Recordáis la primera década del s.XXI? Qué tiempos aquellos, tiempos buenos de verdad para nosotros los modernos. Todos los años, decenas de bandas nuevas sacan sus primeros discos, reventaban las portadas de la NME, y dejaban a los de la Rockdelux sin adjetivos ni comparaciones. Un momento único en la historia; un momento irrepetible para los que libros de historia y las grandes enciclopedias de la música guardan sus páginas más doradas. Hablo, como no, de la segunda ola del britpop; también llamada segunda ola del post-punk. De traca. 

Qué le vamos a hacer, cada uno es teenager una vez en la vida, y Erasmus otra (bueno, a veces dos), y esos momentos vividos en los días de esplendor de la adrenalina fluyendo por el cuerpo marcan a uno a fuego: “the good ol’ times”, le dicen. Cada uno vive esa época como La época, y no veo nada malo en ello. Los discos a los que uno siempre vuelve, las películas que se recuerdan, el pelo en la coronilla y las chicas que no se tenían que mirar al espejo para saberse radiantes se quedaron en esos días. Visto así, mi 2004 tampoco parece un sitio tan malo al que volver de vez en cuando. Os dejo diez discos para el camino.

Digresión nº 1: Aviso para los no-modernos: las chicas que veíamos en los festivales en aquella época, ahora tienen un trabajo próspero en alguna consultora de Madrid en el departamento de Marketing como “Team Leader” o “Commodity Manager”. Este post de cultura urbanita puede seros útil.

Digresión nº 2: Nota obligada por culpa de Megaupload: Dicen que descargarse discos está mal y es delito. Pero no dicen que gracias a eso he conocido grupos por los que luego me he metido en un avión, he dormido en un hotel, he comido y bebido en restaurantes y cafeterías, me he comprado camisetas y he pagado entradas de precios exorbitantes por verlos en concierto. Eso es mover la economía. Eso es difundir cultura.


Maxïmo Park - A Certain Trigger

Empezamos con gente del norte, de Newcastle. Este fue su disco de debut, y sonaba muy bien. Canciones cortas, muy rítmicas, mucha guitarra y mucha batería… ¿habíamos escuchado eso antes? Pues sí. Cualquier disco de los primeros de The Pretenders, por ejemplo, y eso nos lleva 25 años atrás. Aún así, A Certain Trigger merece la pena y aguanta las escuchas. Ecuchad Apply Some Pressure, Graffiti, y The Coast is Alway Changing.


The Futureheads- The Futureheads

Seguimos por el norte, con estos vecinos de Sunderland. Recalco lo de vecinos porque las voces suenan al norte, y porque ambos discos son muy parecidos. Sin embargo, The Futureheads, también debutantes, son un poco más flojos. Es sorprendente, pero en apenas siete años este disco ya suena como “de otra época”, y es que la moda que siguió a The Strokes y a otros en el primer lustro de los 2.000 pegó muy fuerte pero se deshinchó pronto (para algunos). Desconozco si siguen en activo y me niego a curiosear. Aún y así, el disco se merece entrar en la lista porque no se bajó del mp3 en una buena temporada. Supongo que Robot fue la que más gracia nos hizo.


Razorlight - Up all night

Subimos un poco el listón. Estos chicos tampoco innovaron con esto de las guitarras y las pintas de no haberse duchado en un par de semanas, pero lo de siempre, si lo haces bien, no hace falta que te flipes con ser “original”. David Bowie y Lou Reed y otras buenas referencias se reconocen en otro de los “hypes” del año. Buen disco, Golden Touch sonó un montón.



Art Brut - Bang, Bang, Rock & Roll

Oh, llega lo bueno. Muy finos estos tipos. Lo suyo era hacer rock de toda la vida (como el resto), pero sin tomarse en serio a sí mismos. Y el resultado fue este disco de apenas media hora en el que las canciones son pegadizas, pero sobre todo son cómicas. Por qué se dedican a la música (Formed a Band), qué le ha pasado a su hermano menor, hecho todo un moderno (My Little Brother), una oda a su primera novia (Emily Kane) y una canción dedicada a un gatillazo (Rusted Guns of Milan) conforman el inicio de disco con el que más me he reído nunca. ¡Obligatorio!


Kaiser Chiefs - Employment

No sé muy bien por qué, pero el caso es que yo a estos tipos siempre los tuve un poco atravesados. Iban así como de punkis, pero no llegaban a chachis (o algo parecido era el refrán). Más de lo mismo, fue la moda: canciones cortas, muy pegadizas, pensadas para tener veinte años, una camiseta desecha y saltar en primera fila como un energúmeno o peor aún, como si fueras el único energúmeno. Everyday I love you less and less y I predict a riot, los hits.


Wolf Parade - Apologies to the Queen Mary

Los segundos de la clase. Paralelamente al boom de grupos en el Reino Unido (todos los anteriores y todos los siguientes menos otros dos son de allí), en Canadá se produjo un fenómeno parecido. Sí, hubo un boom que dio lugar a un montón de bandas, pero el corte era diferente. Su música se alejaba del revival de la New Wave (en castellano: todos los grupos anteriores copiaban la música de veinte años atrás) y trataron de innovar con algo que algún periodista llamó “pop preciosista”. Pues bien, esta cursilada quiere decir que estos tipos se curraban las letras, siendo bastante más íntimos y crípticos que sus vecinos del otro lado del charco, y que su música era más orquestal y a menudo acompañada de coros. Violines, órganos, pianos, flautas… cualquier instrumento les valía para hacer canciones más originales y complejas que la moda imperante. El problema fue que salieron tantos, que al final también ellos se convirtieron en moda. No obstante, este disco es para enmarcar y Grounds for Divorce casi un himno generacional (lástima que tuviera que competir con los siguientes).


Bloc Party - Silent Alarm

Atentos a la pronunciación. Estos chavales que parecen salidos de un anuncio de Benetton, todos interraciales ellos, son el máximo exponente de la moda de estos años. Duraron un disco (aunque han sacado más), pero les salió redondo. Helicopter, Banquet, Pioneers, Luno… no sé cómo lo hicieron y no lo consiguieron repetir, pero Silent Alarm es impecable.



The Killers - Hot Fuss

Para cuando llegué a Glasgow, todos los pubs ponían cuatro canciones de estos tipos cada noche. Por cómo sonaban y porque todo el mundo conocía las canciones, uno pensó que se trataba de un grupo de los setenta… hasta que me enteré de que el disco estaba recién estrenado. Mr. Brightside abría la noche, Somebody Told Me levantaba el ánimo de la gente, Smile Like You Mean It ponía a los borrachos en modo “profundo” y All These Things That I’ve Done sonaba ya con las luces encendidas. Un clásico instantáneo.


Franz Ferdinand - Franz Ferdinand

Decir que elegí la ciudad a la que me fui a vivir durante un año por ellos es pasarse, pero no mucho. Gracias a ellos supe que Glasgow era una de las ciudades más movidas del continente, y no me defraudaron. Con ellos aprendí que lo que en España es “alternativo”, en Escocia era como escuchar al Canto del Loco. Sus canciones sonaban por todas partes, dieron cuatro conciertos en el año y no pude verlos ni una vez (las entradas se agotaban en horas); allí eran auténticos gurús. Pisé los bares que ellos frecuentaban, estuve en la School of Arts en la que se conocieron, y nos empapamos con su música pero bien. Jacqueline, Take me Out, The Dark of the Matinee, The Dark of the Matinee!!, This Fire, Darts of Pleasure… sobraos.


Arcade Fire - Funeral

Y llegamos a la cumbre del moderneo del s.XXI. Los canadienses Arcade Fire son el punto y aparte en este exigente mundo de lo alternativo. Educados en la música clásica, innovaron al traerse sus registros al campo de la música popular. En concierto impactaban (ahora ya no sorprenden, se les espera) al ponerse todos a la misma altura, nada de un líder y los músicos de fondo, todos en primera línea, todos cantando a coro, y todo el público con los bellos de punta. Puedo decir, y no exagero (no lo diría de los otros), que escucharlos en directo es conmovedor. No sólo por esa música barroca, coral, divertida (venga a cambiarse los instrumentos canción a canción, multi-instrumentistas todos ellos), sino porque sus letras recogen un sentimiento general. Ese de nuestra generación, perdida y adormilada entre el bienestar heredado de nuestros padres, y las negras perspectivas futuras de pobreza y pérdida de derechos. Funeral no es un disco, ¡es un testimonio de nuestro tiempo!



Rebuscando entre mis carpetas, y más tarde revisando las listas de las revistas especializadas, descubro que la lista de discos y grupos que recuerdo de aquellos años es larga: The Libertines, Kasabian, Interpol, Clap Your Hands Say Yeah, Nick Cave, TV On The Radio, Keane, Mylo, Hope of The States, Devendra Banhart, The Go! Team, The Zutons, The Shins, 22-20’s, The Cribs, The Rakes, British Sea Power, The Magic Numbers, The White Stripes, Antony And The Johnsons, Doves, Bright Eyes, We Are Scientists, Hard-Fi, LCD Soundsystem, Editors, Ladytron, The Duke Spirit, Engineers, Mercury Rev, Test Icicles, Idlewild, Shout Out Louds, Brakes, The Bravery. Pero más larga aún es la lista de recuerdos que cada uno de estos discos evoca, anécdotas juveniles y superficiales la mayoría, pero que llenan la negrura de mi cabeza de chispazos coloridos . Coño, de pronto son las fiestas de Begoña y estoy en el Paseo del Muro mirando al cielo con la boca abierta para llevar la vista más arriba todavía y expresión de lelo en la cara. Mi memoria es una puta noche de fuegos artificiales. Esto sólo parece querer decir una cosa: mereció la pena.

sábado, enero 21, 2012

HHhH, de Laurent Binet

No está mal que por tu primer libro te den el premio Goncourt, por mucho que seas francés y que sea en la modalidad de primera novela. Sigue siendo un logro al alcance de muy pocos y Laurent Binet lo ha conseguido con esta historia que camina por una delgada línea entre el ensayo y la ficción.

HHhH viene a decir Himmlers Hirn heisst Heydrich, que traducido debe sonar a algo parecido a “el cerebro de Himmler se llama Heydrich”, y debía ser una broma entre agentes de las SS, aficionados ellos al humor parece ser. Pero el título no pasa de ser un gancho comercial, porque la frase se menciona solamente una vez, y de pasada... No obstante, suena guay.

El objetivo de la historia consiste narrar el atentado que acabó con la vida de Reynhard Heydrich en Praga (la llamada Operación Antropoide, que debería haber dado nombre a la obra pero no fue así por un capricho del editor y su HHhH) que fue llevado a cabo por miembros de la resistencia checa, y el posterior asedio de las SS a la iglesia en la que estos se refugiaron, traición de un resistente checo incluida, y su muerte.

Pero para llegar ahí el autor, sin prisa, nos va metiendo en situación presentándonos a todos los protagonistas. Reynhard Heydrich, que en el momento de su muerte era protector de Bohemia y Moravia (casi la totalidad de la República Checa actual), pero que en su CV contaba con grandes hitos como ser el número dos de las SS, por debajo de Himmler, o haber ideado la “Solución Final” o el exterminio en masa en campos de concentración de judíos, eslavos y demás etnias y sectores sociales que fueron arrasados por los nazis. También nos cuenta la historia de Jan Kubiš y Jozef Gabčík, los dos miembros de la resistencia checa que, tras ser entrenados por el ejército inglés en Escocia, volvieron a su país para combatir la invasión alemana. Y como no, nos cuenta los hechos políticos más destacables de la Checoslovaquia en aquellos años, y su relación con el régimen del III Reich. Y todo lo que nos cuentan es real.

Bueno, ¿y entonces dónde está la ficción? Pues ahí está el meollo de HHhH.


Binet, historiador hijo de historiador, parece tener un temor feroz a faltar a la verdad, a mentir. Es por esto que el género de ficción se le resiste tanto, porque consiste precisamente en rellenar vacíos históricos mayores o más pequeños, con creaciones del propio autor más o menos basadas en la realidad histórica, en esto podemos decir que consiste la novela histórica. Y al autor le aterra la novela histórica. De hecho, durante el relato menciona varias obras de ficción históricas, tanto libros como películas, que relatan la Operación Antropoide con mayor o menor rigor histórico. Para Binet, la mayoría suspenden.

Este temor del autor, unido al Principio de Incertidumbre de Heisenberg, hace que uno se plantee la pregunta de si todos los ensayos son, al fin y al cabo, obras de ficción. Leyendo esto uno bien puede llevarse las manos a la cabeza y decir “¡No! ¡Qué dice!” Pero claro, luego también uno se puede encontrar, buscando obras acerca de la Operación Antropoide dichosa, con la Derrota Mundial de Salvador Borrego, famoso historiador revisionista mexicano. El hecho de que en su narración de los hechos -en los que sorprendentemente el nazismo no sale tan mal parado- omita que, por ejemplo, como represalia ante el atentado contra Heydrich, los nazis cometieron la masacre de Lidice, pues hace que uno se pregunte si el tiro de Binet no va tan mal dirigido. Pero bueno, esta es otra cuestión que deberá tratarse en otro momento.

Así pues, ¿qué nos ofrece la lectura de HHhH? Al fin y al cabo, no se trata de una obra de ficción y el autor asegura que no es un ensayo, ¿qué nos queda entonces? Pues lo que nos queda es la negra espalda (que diría Javier Marías) de la novela. Binet nos ofrece una serie de apuntes hilados, a modo de diario o incluso de blog, en los que va plasmando sus reflexiones en torno a la creación de una novela acerca de la Operación Antropoide. A nosotros no nos la dan (la novela), ni tampoco un ensayo sobre los acontecimientos, lo que queda en nuestras manos es el diario íntimo del autor en los días en que escribe una novela, y cómo percibe él el devenir de su creación literaria.

Por lo tanto, la emoción en la historia no la ponen los hechos narrados, que se suponen ya conocidos o, al menos, conocibles. Esta viene del propio autor. Es él quien pone la trama comentando sus angustias y miedos a la hora de afrontar cada pasaje importante. Es él quien pone la tensión, al transmitirnos la presión que siente cuando tiene que nombrar a los personajes, precisamente porque fueron reales y no le pertenecen, y porque la historia también es real, ocurrió de verdad, y su intento de no faltar a la verdad en ningún punto, su intento de plasmar los hechos tal y como fueron, se torna un objetivo inasible, pues el mero hecho de contar algo, de narrar unos hechos desde un punto de vista concreto –y en este caso un punto de vista situado a más de sesenta años -, implica subjetividad. Y es ahí donde reside el gancho de HHhH, en el pánico que Binet tiene a esa subjetividad, el miedo que siente a dejarse algo importante de la Historia (la mayúscula es deliberada), algún personaje que no debió faltar, o también el miedo que siente a narrar algo falsamente, a poner en boca de un personaje palabras que no dijo, acciones que nunca llevó a cabo, y así mentirnos a nosotros, y faltar a la memoria de los protagonistas y a su propio honor.

Como en la novela gráfica de Spiegelman, Maus, la protagonista de la novela no es la muerte de Heydrich, ni la de los soldados checos que acabaron con su vida. La verdadera protagonista de HHhH es la memoria. La memoria colectiva que olvida a los héroes y perdona a los asesinos y matiza los horrores del nazismo, y nos vuelve a todos un poco más necios a cada día que pasa.

sábado, enero 14, 2012

Ejército enemigo, de Alberto Olmos

Bienvenidos al fantástico mundo del lector malherido. Para los que somos asiduos a su blog, leer Ejército enemigo es como volver a casa. Ahí está todo el coro de personajes que han asomado a su página: el artista incomprendido, el nihilista cabrón, el pajillero, la becaria cachonda. Ha elegido como personajes a los arquetipos que cultiva a diario y se nota: la prosa es ágil hable quien hable en la novela, y salvo dos personajes que comparten la misma voz, el resto son perfectamente distinguibles desde la primera frase. Es de agradecer.

Ejército enemigo figura en las listas de mejores novelas del 2011, lo que no tiene por qué decir nada bueno ni a favor ni en contra, pero no podían dejar de nombrarla: uno de los jóvenes y respetables novelistas españoles, escribe sobre el internet ese y los indignados, en la portada sale la foto de la chavalita esta francesa que dio la vuelta al mundo cuando la huelga gabacha… ¡y encima hay sexo! Si es que no le falta de nada.

Pero basta de pijadas. Ejército enemigo se centra en dos temas: Las intenciones y los resultados de los jóvenes con actitudes sociales y solidarias, y en cómo está cambiando nuestra percepción de la realidad gracias a Internet. Business case: el sexo por internet.

“Internet nos dejó sin intimidad, pero nos había dado en compensación un nuevo derecho: el de permanecer.”


Como en todo buen relato, priman las ideas sobre las acciones. Esto obliga a tratar distintos temas, y anima a pasar de uno a otro a base de digresiones o de cambios de capítulo, as you wish. El sexo no es el tema principal, pero sí que es uno de los actores secundarios que más páginas rellena. Escribir bien sobre sexo es divertido y leerlo aún más, y no todos los escritores lo saben hacer. Existe una especie de pudor a la hora de escribir "polla" o "teta" en un cierto tipo de literatura, y es que "pene" y "pezón" son los términos favoritos de los best sellers, pero son terribles para el apetito sexual del lector. Houellebecq, Ellis, Loriga, Palahniuk y Olmos lo saben, y por eso abusan de ese trapito rojo que los lectores nos tragamos como toritos. Ahí se quedan algunas de las páginas más entretenidas de la novela, siguiendo las andanzas sexuales de nuestro protagonista, incluido el descubrimiento de su paraíso en la red: una página llamada ChatChinko (trasunto de la real y polémica Chatroulette) que le permite ser exhibicionista antes miles de incautas, y encima sin levantarse del sofá.

Pero el trapito no es gratuito.

“Ya nadie hace caso a la calle donde vive. La gente, no cree en la calle, lo que cree es lo que sale por la tele o lo que corre por Internet. Lo que no es público no existe.”


Entra a matar por el flanco y con un libro de Baudrillard en la mano: nuestra vida no es nuestra vida, sino un simulacro de la misma. En la Virtua Verona aunque no quedó escrito, el dr.Alergia y yo comentamos la realidad de los Erasmus 2.0: qué importa lo que hagas; lo verdaderamente importante es que lo cuentes en Facebook. Bien es cierto que Internet no deja de ser un catalizador, puesto que cuando yo fui erasmus lo más avanzado en la red era el Messenger, pero el “vive para contarlo y que le den por el culo al vive: tú cuéntalo” ya estaba a la orden del día. Eso sí, la red y mi nuevo smartphone nos lo ponen mucho más fácil. Aviso para lectores: el sexo no es el único área de dominio de lo simulado, aunque sea una de las más manifiestas.

En este punto del texto me doy cuenta de que una de las razones por las que me ha gustado tanto el Ejército enemigo es porque dice cosas que yo ya sabía, y entonces recuerdo que algo parecido decían en 1984. Bajo la cabeza, y comprendo que todavía no he llegado ni a padawan cuando aquí me tenéis, pidiendo el sable láser y las llaves x-wing.


Siguen divagando nuestro protagonista y sus actores secundarios con el tema de la simulación de lo real, partiendo del über-yo-follador que se ha creado nuestro colega en la red, y extendiéndola a todo su barrio, hasta que desemboca de cabeza en el tema del momento: los indignados. Y ¡zas! En toda la boca.

“¿Sabes cuál es problema de los jóvenes concienciados y activistas sociales y votantes del partido comunista? Que os creéis mejores que los demás (…) Ayudar, apadrinar, concienciar, manifestarse, defender, protestar, donar, reciclar, solidarizarse… Suenan bien (…) Y cuando vosotros, con perdón, hacéis proselitismo, siempre dais la impresión de situaros en un plano moral superior, de estar a la vanguardia de algo que, sin duda, es mejor que lo que tenemos, y de tener que aguantar el lastre de muchas personas que no hacen nada para mejorar el mundo. Sin embargo, ese tío arregla persianas (…) Eso no sólo es hacer algo, sino que es hacer lo mínimo necesario para que el mundo, joder, funcione un poco. ¿Quiénes sois vosotros para joderle con que, además de tener un trabajo socialmente deplorable, encima son unas malas personas, gente que no echa una mano a la gran causa?”


Ahí reside la aportación de A. Olmos a los indignados: incluso el 15-M es parte del sistema. No es una revolución real, es una revolución simulada. En Twitter ha sido la ostia, y los cimientos de Facebook han podido temblar, pero uno sale a la calle y puede comprobar que no ha ocurrido nada. El 15-M no ha existido. No ha servido para nada, es la barrera que contiene los actos que realmente se deberían desencadenar en una situación como la actual, y que ya se han llevado a cabo en otras épocas de nuestra Historia. ¿O acaso alguien cree que la Revolución Francesa se hizo con baguettes?, ¿o que en Rusia acabaron con los zares rompiendo matrioskas contra el suelo? Ya nadie puede negar que la Primavera Árabe sea una mentira, el trending topic del mes de mayo, nada más. Dios, ahora os enlazo No cars go de Arcade Fire, y ya sólo me queda ponerme a vender camisetas con mi cara en blanco y negro…

“Vivimos en un simulacro formado por anuncios publicitarios. Todo es publicidad, la publicidad es ideología. La publicidad afecta a todos los productos de consumo, pero también a la imagen de las empresas, de los gobiernos y de las personas (…) En todo caso, la solidaridad, según este puto esquema, debe iniciar un simulacro hacia la intimidad, es decir, debe ser una acción que a uno le cueste algo, no sólo hacer clic en una de esas payasadas de red social o ir a un concierto. No se puede cambiar el mundo haciendo fiestas.”


Ya sabéis lo que toca: A vuestros puestos de combate.

martes, enero 10, 2012

Otro aburrido debate

El otro día me desperté con un curioso regalo en la mesa de noche. Había apuntado en un papel la siguiente frase: “Continuar con el estéril debate sobre la legalidad del matrimonio homosexual es un lastre que impide al hombre llegar a Marte.” Bastante bien. Deduje que la noche anterior, en medio de la duermevela, una repentina inspiración hizo que brotara, aunque ni recordaba haberla escrito ni le encontré mucho sentido al toparme con ella a primera hora de la mañana. A qué vendría eso.

Así que dediqué el día a poner en orden mi cabeza, y a tratar de adivinar qué me había provocado escribir esa frase en pleno sueño y sin poder recordar cómo. Pero claro, la primera parte de la frase no es difícil de situar. De camino al trabajo, en la radio alguien dijo algo así como que “si a mí no me importa que se casen, lo que no entiendo es por qué lo tienen que llamar matrimonio”. Y es que ahora resulta que somos unos apasionados de la semántica en este país.

Pero las aclaraciones no terminaron ahí. En el descanso del café alguien comentó que por qué una niña de 16 años no puede comprar cervezas y sí que puede abortar; en el periódico un político catalán decía que España oprimía a su pueblo al impedirles expresarse en el idioma de su país; por la tarde, en un bar, en el grupo que estaba detrás de mí alguien protestó “¿por qué hablan de la eutanasia? Yo creo que de lo que hay que hablar es del derecho a la vida”; y al llegar a casa escuché a mi vecina gritar a quien tuviera al otro lado del teléfono y a todo el vecindario que por qué a ella la seguridad social no le pagaba el aumento de pechos si a los transexuales les estaban pagando el cambio de sexo. ¿Sigo?


Decía Herzog en la novela homónima de Saul Bellow, que “erramos al figuramos que una vez se ha descrito en los libros la crueldad, ya se ha terminado.” Y yo me permito añadir que podríamos sustituir su “crueldad” por términos como ley de dependencia, aborto, eutanasia, regionalismos, matrimonio homosexual… todos estos debates me pesan, me impiden avanzar como persona, y además me aburren. Por otro lado, es un error pensar que por el hecho de que ya hayamos escrito la solución a todos ellos incontables veces, no vayamos a tener que escribirla incontables más.

Pero que conste que esto no es un ataque contra la libertad de expresión. Todo lo contrario, deberíamos sentirnos empujados hacia nuevos debates, hacia nuevos retos. Y tampoco es un ataque a la religión, o al menos en parte (a pesar de mencionar varias de sus puntas de lanza). No es un ataque directo al pensamiento religioso, sino a los repetitivos debates que los autoproclamados representantes de dios en la tierra se empeñan en mantener en las primeras páginas de la prensa con el único afán de desmarcarse, de parecer algo diferente. Yerran el tiro.

Estamos en el s.XXI, el ser humano ha dejado de tener relaciones sexuales con el único afán de la reproducción desde… ¿cuándo? ¿Hace tres mil años? Dejemos tranquilos a los homosexuales. Luego nos dicen que el problema está en los niños que educan, y aunque no sólo las parejas homosexuales engendran hijos homosexuales, uno intuye que el tiro va por ahí. Sin embargo, ¿cuántos tipos de familias heterosexuales disfuncionales tenemos que soportar? Padres alcohólicos y violentos con sus hijos, egoístas descuidados con sus retoños, veganos que mal nutren a los suyos… me niego a seguir. Tengo casi 30 años. Creo que tengo derecho a no tener que perder el tiempo volviendo a debatir sobre obviedades así. Y además la intención del post iba por otro lado. Me dejaba la segunda parte de la frase.


¿Cómo relaciono el hecho de que temas estériles y propios de civilizaciones ancestrales centren el debate social y político del presente con llegar a Marte? Pues ahí vamos.

Dejemos Marte de lado. Más fácil: la investigación con células madre. Dejando al margen el hecho de que haya que acordar ciertos límites éticos a cualquier tipo de investigación, ¿cómo puede dudar alguien de la necesidad de avanzar en este campo? Pues el mundo no sólo duda, sino que se opone. No nos merecemos esto.

Venga, ahora otro ejemplo un poco más cercano a las estrellas: el CERN. El mayor laboratorio del mundo. La institución fue creada en 1954, y a día de hoy se compone de 20 países miembros, aunque la institución, ubicada entre Francia y Suiza, no está sometida a ninguna de las dos jurisdicciones, por considerarse una institución internacional. En ella participan 2400 empleados a tiempo completo, y 7931 investigadores de 608 universidades y 113 nacionalidades. No está mal para un laboratorio. ¿Y sabéis por qué funciona? Pues porque no está sometido a ningún cuerpo político.

¿Os imagináis qué ocurriría si algún órgano de gobierno, por ejemplo el euro parlamento tuviera algún poder sobre el CERN? Tendríamos que escuchar al político de turno protestando porque no se respeta la cuota del idioma de su país en los artículos que el laboratorio publica cada año; otro preguntaría por el impacto real de los neutrinos en las cifras de paro de su región, ya que a él y a sus conciudadanos no les parecía relevante, y el de más allá reclamaría incrementar la cuota de empleados de su comarca. En conclusión: seguro que acabaríamos desmantelando el CERN, para construir otros 20 aceleradores de partículas, uno en cada estado miembro, para satisfacción de ministros insensatos y votantes necios y para desgracia de la ciencia. Así de fácil se acaba con el conocimiento y el progreso, niños.

La ciencia no puede estar sometida a los ciclos de cuatro años de los políticos. Así mismo, estos no deberían estar condicionados (al mismo tiempo que realimentando) por unos debates pueriles. Parece que en mi frase no me refería solamente a llegar Marte y al matrimonio homosexual, la cosa era bastante más general, pero el ejemplo me vale. Lo que sí que me queda claro es que todos estos debates nos lastran, nos anclan a tiempos pasados, nos impiden mejorar. Nos merecemos otros temas, otros intereses, otras discusiones que nos permitan crecer como sociedad y como personas. Progresar en el ideario común, es una de las pocas vías a través de la cual todavía podemos dejar un mundo mejor a los que vengan después, ahorrándoles discusiones ingratas y egoístas. La idea de llegar a viejo discutiendo sobre los mismos temas con los que tenía que lidiar a los 16 me produce angustia.

Todo esto se trata de vacunarnos frente a la pasividad y a la necedad. No vaya a ser que luego creamos que estamos haciendo la revolución y nos la estén colando. Que nadie se engañe, todo está relacionado. El matrimonio homosexual, Marte y el Estado de Bienestar. Todo depende de que le pongamos un poco más de ganas al asunto.