domingo, noviembre 16, 2014

Interstellar, un Nolanazo

En un día cualquiera, en la sala de proyección de un estudio cualquiera de Hollywood:

Asistente: ¡Christopher, ven, rápido! ¡Alguien ha parpadeado una vez viendo tu nueva película!

C.N: ¿¡Cómo!? ¡Eso es imposible! ¡Con toda la intensidad que le puse! Y el drama y la emoción y la acción… ¡No lo entiendo! Tendremos que rehacer la película y poner diez minutos más de lágrimas, habrá que subir el volumen un poco más y el personaje principal tendrá que tener un drama interior aún más doloroso que lo impulse a seguir adelanta con su misión: salvar a la humanidad. No, ¡esperad! ¡Ya lo tengo! Su misión será… ¡Salvar al universo!

Así debe de ser, más o menos, un día cualquiera en la vida de Christopher Nolan. La lucha de un hombre frente a la humanidad que se interpone entre él y su nueva película, en la que el protagonista, arrastrando una carga emocional pesada como un barco, hace frente a sus miedos interiores y a los problemas exteriores para salvar al mundo entero.

La diferencia es que esta vez la historia transcurre en el espacio (naves espaciales thumbs up!), y en lugar de un Christian Bale batmanizado el prota es Matthew McConaughey. Michael Cane y Anne Hathaway todavía estaban allí.


Empezando por el principio y siendo breves (Internet ya conoce el argumento): Cooper (McConaughey) es elegido como el piloto de la misión espacial destinada a salvar a la humanidad. La Tierra se ha vuelto un lugar inhóspito y dentro de poco será inhabitable. La tecnología (y la NASA, que todo se queda en yankeelandia) nos ha permitido enviar doce misiones al espacio interestelar con el fin de encontrar planetas habitables. Sólo tres, situados en un mismo sistema, envían un mensaje positivo: “Venid aquí, que se vive de puta madre”. Cooper tendrá que pilotar la nave que, pasando por un agujero de gusano que alguien ha puesto al lado de Saturno, llegará al sistema en el que se alojan esos tres planetas y tendrá que averiguar cuál de ellos dice la verdad. Y aquí me quedo, que si no ya caen demasiados spoilers.

Comparan la nueva película de Nolan con 2001. Y sí, Nolan ha visto 2001 y no, no es 2001. Tecnicismos y décadas de diferencia aparte hay una diferencia que me chirría lo suficiente como para no aceptar la comparación, y es que la película de Kubrick y Clarke destaca por su sutileza. La humanización de HAL es sutil y no evidente y el espectador tiene que entender que el ordenador siente desconfianza y celos y miedo a morir a través de una lucecita roja. En comparación, Nolan tiene la sutileza de un elefante entrando por la chimenea. Tres horas de tu vida dirigidas por Nolan equivalen a veinte años haciendo semanas de cuarenta horas. Eso es la relatividad, chaval. Todo es intenso, todo es emocionante e importante y crucial, y el pájaro que vuela es el último pájaro que verás en tu vida y este abrazo que te doy perdurará en nuestras memorias hasta el final de los tiempos, así que abrázame fuerte que ya me estoy yendo y para cuando me doy cuenta estoy en una agujero de gusano y luego ya la estoy liando en un planeta lejano y tú todavía no has abierto los ojos. Uf. Déjame comer una palomita, Christopher, que se me están enfriando y puede que sean las últimas palomitas que coma en mi vida.

Pero no todo pueden ser quejas. Salen naves espaciales (ya lo he dicho) y agujeros de gusano (ya lo he dicho) y otros cachivaches de la ciencia ficción que hacen que la película mole y sea muy entretenida, así que disfrutad de las 2:45, no seáis muy duros con el guión de la tercera parte de la película y, sobre todo, huid de los análisis conspiratorios:

- Al final de la película, Nolan muere.
- Un momento, pero si él es el director.
- ¡Hostias! Creo que me he liado…

Y ahora pongo una foto para que no sigáis leyendo si no queréis, porque lo que sigue después son spoilers en masa.


Vamos al grano. Más o menos todo es pasable en la historia: el viaje interestelar, el agujero de gusano, el fin de la tierra como lugar apto para la vida, los científicos resolviendo ecuaciones contrarreloj, la relatividad, la gravedad, el agujero negro, el horizonte del copón y todo lo demás. Hasta la representación en tres dimensiones de un espacio de cinco está bien. Frases como “no es posible, pero es necesario” chirrían y que el amor sea la solución a todos nuestros problemas, o la quinta dimensión o el causante de la gravedad toca las narices. Pero que Matthew McConaughey manipule la gravedad en torno a un reloj de pulsera para pasar unas coordenadas en Morse a su hija treinta años antes y darle así la solución a la ecuación que permitirá a la humanidad pasarse por el forro la gravedad y sacar al espacio exterior unas naves espaciales que carguen con toda la humanidad… Mmm, mechachis. Creo que los midiclorianos entran mejor en el guión. O dicho de otro modo, no entiendo para qué los Nolan se metieron en semejante berenjenal. Resolver la historia con un “Era yo!” no suena mal, pero resulta decepcionante visto de la forma en la que lo han puesto en práctica. El problema de las películas de ciencia ficción que quieren parecer creíbles o posibles es que no permiten al guionista decidir a media película que se ha cansado de justificar sus saltos de guión y que a partir de un momento dado las leyes de la física sobran. En La Guerra de las Galaxias da igual, porque la “Fuerza” está ahí desde la primera página. Pero si Interstellar quería apuntar tan alto como parece, deberían haber tenido más cuidado y haberse alejado de diálogos imposibles, giros de guión más que forzados y una teoría final del todo que sólo consigue despistar al espectador e impedirle disfrutar de una película espectacular en lo visual, muy entretenida y con ritmo vibrante.

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